Conmovido por los testimonios y conversaciones con los voluntarios de la línea de soporte emocional de la SPP, me quedan rondando algunos recuerdos y reflexiones que me gustaría compartir con ustedes.
Me sorprendí recordando el trabajo en Casa Migrante en Amsterdam. Esta Casa de acogida fue iniciada en los años sesenta por Theo Beusink, un sacerdote carmelita. Se trata de una institución de voluntarios dedicada primero a la atención de trabajadores españoles migrantes de la postguerra que luego se diversificó atendiendo también refugiados políticos, estudiantes y migrantes latinoamericanos en busca de un futuro mejor. Como su nombre lo indica está especializada en atender migrantes hispanohablantes. Cualquiera puede llegar a tomar un café, leer un periódico o, simplemente, tener el placer de conversar en su idioma con otros asistentes y el personal voluntario. Si gusta también hay la posibilidad de pedir una consulta práctica de carácter jurídico, pastoral, de asistencia social o psicológica con un especialista. Por estas cosas del destino, me tocó ser coordinador del departamento psicosocial por 10 años. No hacíamos terapia, ofrecíamos “labor de acogida” de forma individual y a veces grupal. Lo que allá se denomina atención de primera línea, es decir, recibíamos a todos los que llegarán, por eso era una Casa Abierta. En caso necesario se hacían derivaciones a las instancias oficiales, hospitales, comisarías, juzgados o centros de psicoterapia aunque muchos regresaban por que se sentían mejor con nosotros. Eso sí, felizmente, contábamos con la excelente supervisión del Dr. Hoogeveen, un psicoanalista holandés de mucha experiencia de quien aprendimos mucho.
Estos días, a pesar de las grandes diferencias, ha sido inevitable recordar mucho esas épocas. Allá no estábamos en medio de una pandemia como ahora, pero había la sensación de estar todos en un mismo barco, en la medida en que éramos todos migrantes. Obviamente, siguiendo la metáfora, aunque ahora todos estamos embarcados en lo mismo, también hay grandes diferencias.
Sin embargo, como entonces, la situación nos toca a cada uno de nosotros profundamente. Y, el haber decidido armar y participar en este servicio de soporte emocional nos está ayudando a ubicarnos también a nosotros mismos.
Recuerdo que se hablaba mucho de la presencia de ánimo, de la importancia de la disposición, de ese estar ahí, de lo que algunos llaman el Inzet, esa escucha especial que define el encuadre. Una suerte de ejercicio fino de la empatía – pero, la empatía psicoanalítica de la que habla Bolognini – Muy presente en un trabajo de acogida de inspiración psicoanalítica donde, si bien no se utiliza la interpretación en la práctica, si está presente una cierta intención interpretativa, libre y flotante, en la mente de quien acoge. Un ir más allá de la evidencia manifiesta que podría servirle de instrumento de comprensión en el momento y en el “a posteriori” para el entendimiento profundo de ese encuentro. En ese sentido, la entrevista no se trata solo de un encuentro amable y simpático, sino incluye la comprensión psicoanalítica en la mente del analista y una actitud de encuentro diferente con un encuadre definido y el reconocimiento que hay elementos dinámicos inconscientes presentes. No es una escucha amical o ingenua, hay detrás una comprensión y un entrenamiento que incluye la comprensión de una estructura psíquica y de fenómenos inconscientes en juego.
Esta presencia de ánimo es pues un estado de alerta especial.
En Migrante, estábamos presente, había personas encargadas de recibir a la gente, conversar en una gran sala donde había varias mesas y café pero también, si alguien lo pedía podía pedir una cita y sostener una entrevista individual en un espacio aparte con un especialista. Pero además, había otra actividad que también se realizaba: la escucha telefónica. Bastante semejante a lo que venimos haciendo ahora a raíz del Covid 19. En esa época solíamos tener entrevistas telefónicas de entre 20 a 40 minutos con gente que por algún motivo no podía acercarse al centro Migrante por estar lejos, estar incapacitados o en prisión.
En ese sentido, recordaba como la escucha telefónica tiene sus peculiaridades. Por ejemplo, tal como lo venimos haciendo, en esa época, no había imagen, solo sonido. Es decir, las impresiones que provocan son distintas en quien solo escucha. Como cuando uno está frente a una obra literaria, uno acá también se imagina el personaje que está del otro lado de la línea. Uno complementa datos desde su propia imaginación, asociaciones y contenidos. Recuerdo, por ejemplo, a Maiky, una travesti ilegal que solía llamar desde prisión, estaba presa esperando ser deportada por robar billeteras a sus clientes. Maiky, sufría porque “que iba decir su mamá al verla regresar a Quito con 3 kilos de teta”. Su último pedido a la policía antes de ser llevada al aeropuerto fue ir a despedirse y conocernos a Migrante. Mi sorpresa fue mayúscula, por su voz me la imaginaba regordeta y de unos 35 años, pero Maiky parecía una esmirriada adolescente de 16. Además, era duro verla partir con esas protuberancias delanteras tan postizas adosadas a su frágil cuerpo. Parecía llevar al frente una pesada mochila doble muy difícil de cargar en la vida.
Por otro lado, el tiempo de entrevista mediante una llamada telefónica es siempre acotado – eso obliga a ambos a una síntesis – un “dar lo mejor de sí” y obliga al profesional que escucha a plantear una presencia definida por medio de su voz que lleve una suerte de respuesta que, sin tener que ser concreta y directa, contenga alusiones que permitan al otro una apertura hacia el futuro, una invitación a seguir pensando, bajar la angustia como efecto directo e imaginar alternativas. Recuerdo a otro deportado lloroso llamando desde el aeropuerto que de pronto, cambiando de tono, respondió «Oiga sí, ahora tengo que pensar que voy a hacer cuando llegué allá. Pero bueno, lo bueno es que ya no estaré esposado…mi esposa se queda acá. A ella no la chaparon. Me salvé.» Reconociendo que la deportación lo salvaba de otra cárcel.
Recuerdo también que había aspectos polémicos, como ahora, por ejemplo, la gratuidad del servicio. Pues había gente que se acercaba al servicio que, de repente, si podía pagar una consulta – pero, como ahora, en situaciones de emergencia, de esta magnitud – es lo que hay y lo que podemos ofrecer. Aunque daría como para reflexionar a futuro.
Pero, y por nuestro lado, ¿Cómo funciona todo esto para nosotros? ¿Cómo nos beneficiamos nosotros?
Siento que no somos tan buenitos ni lo hacemos por ganarnos el cielo. Esta participación en momentos de crisis nos ayuda a darnos sentido a nosotros mismos a ubicarnos en medio de una situación de emergencia que nos involucra y nos interpela también a nosotros mismos. Nos ubica en una posición aparentemente de ser quien ayuda pero allí también puede haber una gratificación narcisista que de no ser reconocida, ni asumida conscientemente puede enredarse y ocultar oscuras pasiones. No somos pues tan santitos e inmaculados. Lo hacemos por salvarnos rescatando algo fundamental de nuestro sí mismos, nuestro sentido profesional, el ser psicoanalistas, en medio de esta situación específica de gran riesgo concreto y riesgo psíquico a los que todos estamos expuestos…. Aunque, también es cierto, no de la misma manera.
El trabajo voluntario no es lo mismo que voluntarismo. Si se hace bien, como lo estamos haciendo, puede ser muy provechoso…para todas las partes.
Estos son algunos recuerdos que evoco e ideas que me dejan lo que venimos haciendo y que me animo atrevidamente a compartirlas.
Con un abrazo desinfectado.
Imagen:
Un comentario
Muy interesante, gracias por compartir experiencias tan ricas y por invitarnos a seguir pensándonos