Autor(es): Raúl Fatule
Editar un libro en homenaje a Max Hernández es a la vez una tarea sencilla y una muy difícil. Sencilla porque muchísima gente, psicoanalistas, historiadores, filósofos, escritores, sociólogos y artistas valoran y aprecian tanto a la persona como a su obra. Muy difícil porque a pesar de contar con esa gran convocatoria sigue pendiente el reto de hacer algo que esté a la altura de nuestro ilustre homenajeado. Y eso ha sido lo que, con mucho cariño, hemos tratado de hacer con Carla y Maricucha. Cuando empezaron a llegar los textos nos encontramos con un dilema: teníamos testimonios muy emocionantes de amigos, familiares y también discípulos y colegas. Y también, cómo no, ensayos de impecable factura académica. Pero para nuestra sorpresa también llegó la ficción, la literatura. Ahora veo que no debimos sorprendernos. La convocatoria despertó naturalmente en todos nosotros eso que Max nos evoca: el deseo de conocer, de sentir, de mirar, de vivir. Más que una colección de textos eruditos, tenemos un cuerpo vivo de conocimiento llevado a la escritura. Y si bien, como en la poesía y en la vida, no hay orden ni desorden… quedaba el reto de darle la mejor forma. Allí acudió en nuestra ayuda un amigo, Francisco Sagasti, que nos mostró un camino hacia esa soñada coherencia.
El resultado es este libro lleno de afecto, de pensamiento y de color. Lleno de vida.
La primera vez que estuve con Max, fue gracias a Jorge Kantor. Estábamos con Renzo Belón afuera de la casa de Max, listos para entrevistarlo, y Jorge dijo: “Paren las orejas que van a escuchar cosas”. Esa frase debió ser la semilla para que años después yo lo busque como supervisor en mi formación como psicoanalista. Y siguiendo el consejo de Jorge, hace ya más de dos años que todos los lunes en la mañana hago mi mejor esfuerzo por parar las orejas.
En una de las primeras supervisiones, como suele suceder con Max, el material nos llevó a reflexionar sobre aspectos insospechados del caso y de la vida en general. Tan es así que salí con la recomendación de leer el libro Complejidad y contradicción en la arquitectura de Roger Venturi, libro que he buscado y encargado en más de una librería sin éxito hasta ahora, debo confesar. Pero esa es una de las virtudes de Max: el uso del conocimiento al servicio de la vida. Muchos pueden llegar a ser eruditos, pero pocos poseen la habilidad de vivir el conocimiento como Max. Ahora me doy cuenta de que esa fue la forma de Max de anunciarme que esa iba a ser la característica del viaje en el que me había embarcado con él: ser psicoanalista es aprender a navegar en la complejidad y la contradicción. En la complejidad y la contradicción del juego de la vida.
Conocer a Max Hernández no es una experiencia libre de riesgos. Si eres una persona que prefiere lo conocido y lo seguro, quizá no sea lo más recomendable. Porque tarde o temprano, esa experiencia alterará tu forma de pensar, tu forma de ver el mundo. Estar cerca de Max y “parar las orejas”, es correr el riesgo de escuchar alguna frase, alguna cita que te deje perplejo. Este libro contiene varias de esas anécdotas. Interpretaciones, versos, canciones, citas que Max enuncia… Y claro, esa frase ilumina lo que se está discutiendo, sea un caso clínico, un fenómeno social o alguna cuestión de política. Pero también puede suceder que escuches algo que te atraviese como un rayo. Que te despidas de Max ese día y la frase siga dando vueltas en tu cabeza. Que se vuelva como un punto de atracción de ideas, de asociaciones, de recuerdos… Algo en el orden de las cosas ya no es igual. Ese riesgo corres si conoces a Max. Pero, nuevamente, de eso se trata el juego de la vida.
Fotografía: Soledad Cisneros