Autor(es): Mag. Paula Escribens
Salgo realmente conmovida del cine, hace mucho tiempo una película no me dejaba tan movida. Quisiera compartir algunas reflexiones que me surgen a partir de ver semejante obra de arte.
Lo primero que realmente me impacta es el respeto con el que un joven limeño, director de cine, perteneciente a una posición económica acomodada, trata y retrata la vida de personas que viven y pertenecen a un mundo distinto, al mundo “andino” si es que cabe una generalización como esa. Muchas veces lo que nos encontramos son miradas que terminan mostrando una imagen del campesino, del hombre que vive en zonas rurales o quechuahablantes como alguien que es exótico en tanto distinto de aquello que implícitamente se plantea como la media: el hombre blanco, urbano, limeño, perteneciente a determinado grupo social y económico. Otras veces se nos muestra a las personas de zonas rurales como poco desarrolladas, llenas de taras producto de su supuesto subdesarrollo; por ejemplo la violencia se termina planteando implícitamente como un producto cultural que evidenciaría el menor desarrollo, cuando sabemos que la violencia trasciende las clases sociales, los niveles educativos y los distintos grupos culturales.
En Retablo nos encontramos con las personas que viven en Ayacucho, tal y como son; es una mirada cercana y respetuosa, que no intenta mostrarnos una realidad que nos genere pena ni distancia, tampoco una cercanía paternalista o forzada, nos acerca a ellos en tanto humanos y nos permite conectarnos y empatizar con ese otro, logra hacernos saber que también somos nosotros.
Segundo es un adolescente que se encuentra en ese momento de hacerse las grandes preguntas, llenas de angustia por cierto. Preguntarse quién es, cómo quiere ser, cómo se hace uno hombre (o mujer) en una sociedad como la suya, qué implica el encuentro con la sexualidad adulta, cómo tener una identidad propia y permitirse romper con los padres de la infancia pero acercarse a ellos desde otro lugar. Alvaro Delgado Aparicio nos acerca de manera dramática al momento en que la figura del padre idealizado se derrumba. Segundo entra en contacto con un aspecto “secreto” de la vida de su padre que lo deja muy perturbado y movilizado, pareciera ser que algo dentro de él se rompe para siempre y quiere entonces romper con todo eso que su padre representa para él. Siente rabia, odio, siente que él mismo tiene que ser castigado, cargar con semejante secreto debe ser un peso que lo atormenta. Las preguntas sobre su propia sexualidad lo persiguen y los modelos de masculinidad alternativos no ofrecen salidas menos perturbadoras ni menos violentas. Su mundo se va derrumbando. Está lleno de dolor y rabia.
Finalmente las verdades salen a la luz y su padre es golpeado brutalmente por aquellos que condenan prácticas sexuales que salen del modelo heteronormativo y luego es abandonado por la madre quien huye con su propia madre. Segundo opta por quedarse al lado del padre, cuidarlo. Quizá lo que buscaba era reparar la imagen interna de ese padre que se le derrumbaba, cuidándolo e intentando reconstruir la relación con él a partir de integrar los distintos aspectos de este personaje central de su vida.
El arte de hacer retablos era una actividad que compartían y que él había adquirido a partir del vínculo y la convivencia e intimidad con el padre, era la herencia y la transmisión transgeneracional de eso que permite construir y que aporta dejando un legado para la sociedad. Los retablos eran el reflejo de una forma de mirar el mundo y recrearlo, eran un intento por inmovilizar momentos cargados de afecto, eran la foto que Segundo tenía de su mundo, de su padre. Las imágenes finales de él reconstruyendo y construyendo retablos creo que dramatizan la necesidad de reconstruirse por dentro, prueba además de que en algunos casos el amor y la reparación triunfan por sobre el odio y la destructividad, a pesar de lo doloroso y costoso que pueda ser el proceso. Gracias Alvaro por devolvernos la esperanza en la reconstrucción de nosotros mismos, salvar a nuestros padres logrando una imagen integrada, con todo lo bueno y lo malo de ellos, será la única forma de salvarnos a nosotros mismos. Todo esto con una fotografía impecable y conmovedora, sin caer en el melodrama, gracias Alvaro otra vez.
Ilustración: Mark Torres