Autor(es): Jorge Kantor
Desde que lo conocí siempre estuve atento a sus palabras. Y no solo yo, todos los que lo escuchamos dar una clase, una conferencia, una supervisión, un comentario, nunca dejamos de absorber sus conocimientos, al menos, de intentar hacerlo, porque la mayoría de las veces nos quedamos cortos en captar todos los sentidos que se podían concebir al escucharlo.
Al lado de la cita erudita, el pensamiento ilustrado o el concepto preciso, acostumbraba también a tener expresiones propias, las que eran capaces de sintetizar una situación compleja, complejísima, en una frase genial, la que describía exactamente la esencia del tema en cuestión.
Por eso, cuando dijo que había “dos cosas” que uno nunca debía olvidar sobre las personas que nos consultan, presté mucha atención. Lo dijo en medio de una supervisión de un caso especialmente difícil. Probablemente distraído por la complejidad de la situación del paciente, cuando salí de su consultorio me di cuenta que solo recordaba una de las dos cosas que nunca podían olvidarse de un paciente.
Sentí que me estaba perdiendo la mitad de una dimensión de sabiduría que acaba de tener y que se había evaporado. Por más que traté de recordar cuál era la segunda cosa que nunca podía olvidarse, esa que, pase lo que pase, siempre había que recordar sobre un paciente, no lograba hacer memoria.
La primera me la acordaba, era “el nombre”. Claro, uno no debería nunca olvidarse cómo se llama la persona que tiene enfrente. A mí me pasó una vez que me equivoqué y le dije Alberto a un Alfredo y no lo volví a ver más. La segunda cosa tenía que ser así de obvia y definitiva, pero ¿cuál? Estaba seguro que no era ni la edad ni el estado civil ni la profesión ni nada de eso, me decía al tratar de recuperar la segunda cosa inolvidable.
En la siguiente ocasión que lo vi intenté preguntarle, pero éramos demasiados tratando de hablar con él después de la supervisión y tuve que dejarlo para otro momento. Tuve la oportunidad de hacerlo al final de una conferencia que dio en una de las instituciones interdisciplinarias que él mismo había fundado y a las que nosotros nos sumábamos entusiasmados.
– ¿Se acuerda que hace unos días dijo que había “dos cosas” de las que uno nunca podía olvidarse del paciente? – le dije.
–La primera era “el nombre”, pero no recuerdo la segunda- insistí, esperando por fin registrar esa extensión de conocimiento que se había deslizado de mi memoria.
Me miró sorprendido y me dijo, un poco apenado:
– No lo recuerdo, debió haber sido una musa fugaz… Tratemos de recordar… – añadió, con curiosidad científica.
Han pasado más de 25 años desde que ocurrió este episodio, todavía mantengo una estimulante cercanía con el maestro, muchas cosas he aprendido de él y espero haber podido enseñarle alguna. Pero el asunto de “las dos cosas” sigue sin resolverse.
Cuando no recurro, para reconfortarme, a Wildred Bion y lo de “sin conocimiento, memoria ni deseo”, pienso que en todas las personas que nos consultan hay dos dimensiones: una que, mal que bien, logramos conocer y comprender, pero hay otra dimensión, cuya realidad a veces nos parece que llegamos a descubrir pero que, en última instancia, nos evade siempre.
Un comentario
Si algo me decepciona del Dr. Max Hernández, es su admiración por la tauromaquia: https://elcomercio.pe/blog/fiestabrava/2019/02/max-hernandez-la-fiesta-de-toros-es-uno-de-los-mas-interesantes-logros-del-mestizaje-entrevista-completa